¿Cuándo debes despedir a alguien?
Hace poco vi una conferencia muy interesante de un alto directivo de una empresa. En un momento dado, le hicieron una sencilla pregunta: ¿Cuándo hay que despedir a alguien? A lo que el directivo respondió: "Si se cumplen estas tres cosas a la vez: el miembro de la empresa no quiere, no sabe y no puede hacer el trabajo. Si una de estas tres cosas no se cumplen, entonces el problema es de la empresa". Su respuesta me pareció de lo más interesante.
A lo largo de todos estos años he trabajado con muchas personas de todos los niveles profesionales. Y como en cualquier empresa (sea católica o no), a veces toca enfrentarse a la incómoda situación de tener que despedir a alguien. En mi caso, esta situación se daba frecuentemente ya que yo todo lo medía en función del rendimiento de una persona. Es decir, si la persona trabajaba bien y presentaba resultados positivos, continuaba en el equipo. En caso contrario, fuera. Es triste, pero era la realidad por aquel entonces. Y digo triste, porque en el rendimiento de una persona pueden intervenir muchos factores; situaciones familiares, desmotivación, estado del ánimo, etc. Yo no contemplaba nada de eso. O rendías o estabas fuera.
Mi punto de vista cambió radicalmente con la respuesta del directivo que os he mencionado arriba. ¡De pronto caí en la cuenta de que trabajaba con personas! Y como somos humanos, a veces rendimos más y otras menos. Me di cuenta de que el rendimiento de uno no siempre indicaba que una persona fuera válida o no para el puesto. Lo que planteaba este directivo era completamente cierto. Si una persona podía hacer el trabajo, sabía cómo hacerlo bien, pero no quería, el problema es de la empresa porque no se le está motivando suficiente.
Hace poco quería despedir a un miembro del equipo de Dimconex Media. Comenzó trabajando muy bien cuando se incorporó hacía meses, pero a medida que le iba dando más responsabilidades, comencé a darme cuenta que su rendimiento había bajado muchísimo. En este caso, antes de precipitarme y acudir al despido, me hice estas tres preguntas:
- ¿Puede hacer el trabajo? Si. Esta persona tiene las capacidades suficientes para ello.
- ¿Quiere hacer el trabajo? Si. Le veía motivado y con ganas de avanzar.
- ¿Sabe hacer el trabajo? Aquí estaba el problema.
Al realizarme esta última pregunta, me di cuenta que dicha persona no había obtenido un onboarding completo. Cuando se incorporó al equipo, le hice una presentación rápida porque tenía que atender otros asuntos. Por tanto, lo que estaba sucediendo era completamente normal. ¿Cómo vas a hacer un trabajo repleto de detalles importantes si nadie te ha explicado cómo hacerlo?
Decidí dedicarle tiempo a dicha persona y hablarle de su puesto con más profundidad; explicando cada detalle, dejándole preguntar dudas, etc. El resultado fue muy positivo. Al cabo de unos días el trabajo que comenzó a presentar era realmente bueno, mucho mejor incluso que el que realizaba al incorporarse. Fue una gran lección para mi.
Si lideras un proyecto de evangelización o eres un emprendedor, te invito a realizar estas tres preguntas cada vez que creas que debes despedir a alguien. Las respuestas pueden ser muy sorprendentes.
Hasta el jueves que viene.